Impresionante palacio del s. XIX convertido en hotel de 5 estrellas por la cadena AC Marriott.
Este pequeño oasis en el centro de Madrid cuenta con cuatro lujosos salones (Rojo, Blanco, Chino e Inglés), el comedor del restaurante “La Biblioteca” y un idílico jardín para las estaciones que permiten comer en el exterior.
A los fogones, Abel Prudencio Cervantes cogió el relevo de Carlos Posadas –tras irse a Piñera-, y ha mantenido una cocina clásica aunque bien elaborada, servida en un ambiente inmejorable.
En esta ocasión volvimos para disfrutar del Brunch de los domingos a mediodía, aunque acabamos la experiencia con un sabor agridulce ya que, a pesar de que el ambiente y los salones mantienen ese encanto único, la calidad del almuerzo y ciertos detalles no terminaron de convencernos como en otras ocasiones en que lo habíamos puntuado mejor.
Por una parte, el nuevo precio de 55€ (en vez de 45€) creíamos que estaría justificado por una mejor calidad de productos o de sus elaboraciones, aunque no fue del todo así. De hecho, la primera sorpresa negativa nos la llevamos con el Champagne, que brillaba por su ausencia, habiéndolo sustituido por un “Ponche de castañas”, del cual te dan simplemente una copa al empezar.
Por otra, echamos en falta la música en directo y notamos el servicio algo disperso y mucho menos atento que en otras ocasiones.
En nuestra opinión, el menú que ofrecían estaba claramente enfocado a un público internacional con posible interés en platos madrileños tal y como el “Chocolate con churros”, el “Cocido madrileño” o los “Huevos con jamón”. Por supuesto se trata de una decisión del hotel, pero pensamos que no es una carta que motive tanto a un público nacional.
Aparte de lo anterior había otras opciones, aunque la supuesta “Ensalada gourmet de corte negro de cangrejo real y huevas de Tobikko” resultó ser una simple ensaladilla bastante mediocre; el “Bocadito de salmón sobre suave crema de eneldo casera” no sorprendió al tratarse de trozos de salmón marinado acompañados por semi-mayonesa; y los típicos “Huevos Benedictine” que vinieron sin prácticamente salsa holandesa, con el bacon excesivamente tostado y medio quemados por arriba.
Finalizamos con unos postres que siguieron sin hacer que la comida remontase.
Mala experiencia en definitiva en el brunch, aunque eso no quita para que el restaurante mantenga una carta el resto de días solvente y elaborada con corrección.
Y, por supuesto, seguimos pensando que es un entorno único y en el que simplemente pasear por sus salones y su jardín ya merece completamente la pena.